Artículo
En Homenaje a la Memoria

Estudiante de la Escuela de Literatura Universidad Finis Terrae

 

A pocos meses del término de un viejo año, en el que como tradición nos detenemos a sopesar los altibajos acontecidos en nuestra última vuelta al sol (como si la división imaginaria del calendario segmentara, efectivamente, la única historia que nos pertenece), se llevó a cabo en la ciudad de Valparaíso otro evento dedicado a la nostalgia, otro fugaz acontecimiento que dedicamos a la historia: la versión número 21 del Festival Internacional de Cine Recobrado.

Con particular atención, no puedo dejar de pensar en la gran cantidad de parecidos que estos sucesos parecen tener, desde su proximidad en el calendario (octubre-diciembre), hasta la preocupación exhaustiva de todo un equipo por infinitos detalles con el fin de asegurar una semana completa de veladas perfectas; de forma especial, el ejercicio de rememoración que promueven los convierte a ambas en circunstancias de felicidad o tristeza, dependiendo del recuerdo, y dependiendo de quién lo posea. Sin embargo, he terminado por comprender, en un resultado sorprendentemente educativo, que no solo hay similitudes evidentes, sino que ambos eventos invitan a una misma reflexión que nace de su permanencia en el tiempo, ¿son tan queridas estas fechas por el placer privado y fugaz que nos provocan?, o por el contrario, ¿será que la unión con otro, a través de una emoción en común, nos hace quererlas? Visto con detenimiento, podemos observar que en una última instancia, la experiencia tan personal de volver con nuestra mente a lugares íntimos y lejanos, que de no ser por estas fechas mantendríamos ocultos bajo polvorientas capas de asuntos del futuro, convive estrechamente en estos eventos con aquella súbita inclinación por la historia del otro, esa historia colectiva que repentinamente queremos saber, y muchas veces sentir como propia. Nos basta con reconocer que en gran parte del mundo, el 31 de diciembre y los films de Ang Lee son motivo de llanto seguro.


Por otra parte, y a pesar de todo lo que se mencionó, ha sido imposible no reflexionar sobre una diferencia sustancial entre ambos hechos: mientras uno de estos parece transcurrir en pos del anhelo de un nuevo comienzo, el otro captura el pasado y se hace cargo de él, utilizando para ello el mayor instrumento de rememoración que ha creado el ser humano: el cine. En pos de esto es que resulta preciso recordar que la primera regla del séptimo arte es que cualquier cosa que veamos en una pantalla forma ya parte del pasado, y por ende, es algo que solo podemos poner al servicio de nuestro futuro. Así me lo recordó con emoción una de las asistentes a la función de El último Cuplé (1957), una conmovida mujer de unos setenta años, amante de la música y compositora aficionada ―como ella misma se describió― que sin conocerme compartió su más profunda impresión al ver a la ídola de su juventud, Sara Montiel, en su mejor época, a sesenta años de su estreno; también fue uno de los puntos centrales en la clase magistral de restauración y memoria de las investigadoras argentinas Paula Félix Didier y Carolina Cappa, sobre la recuperación de piezas cinematográficas inéditas del pasado argentino (donde solo se han rescatado 15 piezas de las aproximadamente 600 producciones realizadas entre 1897 y 1932) , y la fragilidad del material fílmico, encargado entre otras cosas de registrar la historia de un país y sus individuos; historia que el destacado profesor de literatura Luis Bocaz se ocupa de organizar bajo el concepto de “inventario”, que refiere a la búsqueda de la representación nacional alejada de la usual centralización que afecta a nuestro país, esto en su clase magistral sobre nuestro pasado cinematográfico en la época del bicentenario, la cual se caracterizó por una serie de lecturas y relecturas especialmente en al área documental; datos de reflexión que solo pueden ser piezas para completar el rompecabezas del año 2017, conformado centralmente por la franja temática de los 100 años de la revolución rusa. Pero, ¿por qué esta especialmente? Me atrevo a pensar que, si bien cada línea temática dentro del festival se encargó de homenajear una arista particular de la historia ―desde ídolos de antaño, el cine mudo, o nuestra memoria chilena―, la sección destinada a los Estudios Mosfilm, estudio cinematográfico ruso, privatizado después de la caída de la Unión Soviética, puso en evidencia la importancia de la colectividad en la memoria, trayendo a nuestros ojos un acontecimiento del otro lado del mundo, que a su vez nos transporta a uno de hechos históricos más determinantes para nuestra historia universal. Películas como El idiota (1958) o Cuando pasan las cigüeñas (1957) terminan por dar cuenta tanto de la visión de mundo, plasmada en las relaciones que los protagonistas entablan con otros,  como de los parámetros artísticos de un país por muchos años oprimido, situación que se repite décadas después en prácticamente toda nuestra cultura latinoamericana. Este último hecho nos hace especialmente cercanos a las transiciones que solo el cine ha logrado rescatar de forma emocional.

Esta instancia ha sido apoyada a lo largo del tiempo por entidades como el Fondo del Consejo Nacional de la Cultura y las Artes, la municipalidad, y diversas instituciones de educación superior de la zona, entre otras; pero, por sobre todo, este evento mantiene su vigencia y carácter original gracias al arduo trabajo que, por todo un año, realizan numerosos profesionales, aficionados al cine y gestores culturales. Es así como el puerto se ha convertido en un nido de encuentro para destacadas figuras extranjeras y nacionales unidas en torno a una misma pasión, la de escudriñar materiales, historias, personas y relatos de antaño. En este preciso momento, la realización de nuestro Festival de Cine Recobrado también forma parte del pasado, pero, al mismo tiempo, desde hace 22 años se ha convertido en una constante en la historia, siendo el único evento latinoamericano de su tipo. Es quizá primordial notar que la gran pantalla  se interpone en nuestro camino para demandar ser utilizada con sabiduría, para no perderse con los tantos  recuerdos innecesarios de la historia. En la actualidad, la memoria es material de trabajo de muchos, especialmente de todos quienes dedican su vida al arte. Si esta es muchas veces catalogada como frágil, homenajearla es tarea, por sobre todo, de quienes trabajan con ella, mientras que fortalecerla es responsabilidad de quienes se sirven de sus particularidades para la creación de objetos, palabras e imágenes que perduren en el tiempo. 

Artículo por Sofía Pradel Muy Interesante !